Revoloteando por las sábanas ha venido a mi mente un pensamiento y dio la casualidad que por una vez en mi vida estaba escuchando. El pensamiento revoltoso trataba de las personas que quieres a tu lado en la vida.
Dejando de lado a los maravillosos amigos que te hacen disfrutar cada momento de tu vida, a la familia que aunque a ciertas edades pueda resultarte pesada pero que con el paso de los años verás que son los cimientos de tu vida; dejando de lado a los mejores, todos necesitamos a un compañero de camino, a un apoyo diario, a un novio como se dice ahora, a una pareja como se dijo siempre.
Alguien con el que pueda levantarme por las mañanas riendo o llorando, pero sintiendo. Alguien que al rozarme con la yema de los dedos haga que me maree, me entre vértigo, me den ganas de comérmelo a besos. Un alguien que no sea como yo, porque lo igual aburre. Que quizás odie el café, que le guste el té frío o que simplemente sea intolerante a la lactosa. Alguien con el que pueda hablar sin palabras, ver sin ojos y sentir con el corazón. Un alguien con el que ver el telediario dentro de 20 años sea igual que hacer la croqueta por el césped, absurdo. Una persona con la que escuchar música hasta que se me erice el vello de las venas. Simplemente una persona que me haga sentir lo que soy, lo que somos, una persona.
Reflexiones de una mañana de domingo en algún lugar alejado de Santander y cercano a mi vida.
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